Por un lado sabemos que la vida sin el calor y la espontaneidad de los impulsos y sentimientos, no vale la pena de ser vivida. Aquello que nos brota espontáneamente buscando el placer y la diversión, responde al impulso del niño libre que todos tenemos en nuestro interior. De él procede la fuerza, la vitalidad, la creatividad y el placer incomparable que nos produce el simple permiso de ser tal como somos. Este permiso nos vuelve espontáneos, entusiastas, exploradores sin barreras ni condicionamientos.
Pero si entregamos nuestra vida solo a este niño, ésta se convierte en un capricho sin sentido. Y entonces empezamos a discriminar aquello que puedo hacer de aquello que me permito hacer, construimos nuestros valores firmes y nuestras creencias, adoptando por el camino juicios, culpas y otras tendencias que nos conducen al malestar.
Queda claro que nuestra vida no puede regirse solamente por nuestras emociones e impulsos, de la misma manera que tampoco podemos atender únicamente a nuestras creencias y valores, sin tener en cuenta cómo estos nos hacen sentir… y es aquí donde se genera un conflicto interno.
Ya que el dominio exclusivo de una de estas facetas de nuestra persona nos condena a la impotencia y no hay logros si una de ellas toma el timón.
Y mientras unos aconsejan buscar un equilibrio, otros dicen que el promedio entre ambas posiciones es una solución “tonta”, ya que la línea es tan estrecha que siempre o no llegamos, o nos pasamos.
Te ha pasado alguna vez, que te levantas por la mañana y te preguntes a ti mismo: “¿Cómo estas hoy?”
- Bien - dice tu cerebro, mientras sientes un pinchazo en el pecho..
- ¿Seguro? Porque yo estoy fatal - dice el corazón.
Vaya, empezamos el día y comienza la “guerra”… buscas la solución y un equilibrio entre tu cerebro y el corazón: los dos tienen sus diferencias y sus razones; quizás si en algunos momentos ceda uno y en otros otro, uno mismo podría estar en paz”. Pero en poco tiempo te das cuenta, que vuelves a estar en un conflicto entre ambos y pierdes el timón de tu propia existencia.
La solución sería tomar la distancia, no dejarse llevar por ninguno de los dos, sino dirigir nosotros nuestros pensamientos y sentimientos. Nosotros tenemos la capacidad suficiente para escoger que pensar y que sentir en cada momento y como responder en cada situación es nuestra fuerza y libertad.
Es desarrollar nuestra firmeza interior, nuestra auténtica capacidad, aprender a responder honestamente ¿ Qué quiero para mí realmente?
Es ser capaces de hacer, en cada momento y ante cada situación que la vida nos plantea, un balance que nos descubra nuestra verdadera riqueza o pobreza circunstancial y, con lo que sea que tengamos entonces, podemos ser más libres y, por su puesto, más felices.
“La mente y el corazón son nuestros receptáculos sagrados: albergan la creación de pensamientos y sentimientos. Cuando estos pensamientos y sentimientos se gestan desde la autenticidad del ser, la fuerza interna se transmite a todos nuestros actos y relaciones.” Miriam Subirana.
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martes, 10 de noviembre de 2009
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