No sabemos vivir sin estar pendientes de nuestro reloj y constantemente nos quejamos de la falta de tiempo.
Sentimos que nuestras obligaciones nos desbordan y que no llegamos a todo. A pesar de todos los artilugios inventados en el siglo pasado para ahorrar tiempo, nos quejamos hoy más que nunca de su falta.
El sentimiento y la queja - de que carecemos de tiempo es un resultado directo de la actitud materialista que rige nuestras vidas: pensamos que tenemos que acumular experiencias, hacer cosas, tachar actividades hechas de la lista, cumplir con las obligaciones, antes que disfrutar y vivir nuestra vida.
Pensamos, que tenemos que aprovechar cada una de las horas del día; de esta forma, el ritmo de vida se acelera más y más hasta llegar, a menudo, a los limites de nuestras fuerzas.
Tenemos prisa y eso no nos gusta. Además se ha demostrado que, cuando estamos estresados, paradójicamente nuestra prisa nos hace menos eficientes.
Pensamos que, porque no tenemos suficiente tiempo, todas esas cosas son una carga y un penoso recordatorio de que la vida es breve.
Aun así, todos hemos experimentado lo que significa la subjetividad del tiempo: estamos en una reunión que parece llevar dos horas y, cuando miramos el reloj, solo han transcurrido veinte minutos. Estamos de vacaciones y los días parecen pasar en un suspiro.
Y como cuenta Stefan Klein ( Licenciado en Biofísica ) el tiempo que experimentamos de forma subjetiva depende mucho menos de lo que creemos del tiempo exterior que marcan los calendarios y los relojes, puesto que la percepción temporal funciona dentro del cerebro de forma muy distinta a cómo un reloj mide el tiempo.
El reloj cuenta siempre las mismas vibraciones de un oscilador, de un cristal de cuarzo o incluso de un átomo, mientras que nuestro cerebro deduce los minutos y las horas transcurridas por caminos mucho más complejos.
Sin embargo, nuestra cultura no tiene en consideración el tiempo interior. Desde la infancia nos enseñan que el tiempo interior y el de los relojes son uniformes e idénticos. Por eso creemos que nuestra percepción está determinada únicamente por el exterior. Las consecuencias fatales de esta forma de pensar se hacen evidentes en nuestra relación con el estrés.
Por tanto, el hecho de vivir o no bajo presión del tiempo no está determinado, en principio, por el ritmo de vida o el número de compromisos que hayamos adquirido. Se trata, más bien, de en que medida tenemos el sentimiento de control sobre nuestra propia vida.
Con el fin de conseguir una nueva actitud frente al tiempo, necesitamos de nuestra propia motivación - debemos enfrentarnos a las pasiones, a los miedos y a los gustos personales. Nos engañamos a menudo haciéndonos creer que estamos obligados a darnos prisa, siguiendo un ritmo determinado por otros, cuando en realidad, somos nosotros mismos quienes voluntariamente adoptamos un ritmo de vida ajeno como algo propio.
Pero, en cierta medida, mientras nos vamos percatando de esa ilusión, comenzamos a disponer de nuestro propio tiempo: podemos aprender a dejarnos llevar por la corriente del tiempo en lugar de ahogarnos en ella.
“ Amamos lo que no se puede atrapar y que, sin embargo, está siempre presente: el tiempo”.
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